El cetro y la ventanilla
Ella se apresura a subir
al vagón, suavemente, con un quiebro corporal casi imperceptible,
sortea varias personas para sentarse junto a la ventanilla, en el
sentido de la marcha, frente al amanecer. Saca del bolso un libro
forrado con papel de estraza, que protege y oculta a otros ojos lo
que ella lee. Acto seguido vuelve a meter las manos en el bolso y
aparece entre ellas un sobre blanco del que extrae unos folios
grapados. Descarta el libro, que devuelve a la oscura prisión que
lo contenía y se aplica a la lectura de los folios fotocopiados. La
media melena oculta la parte de su rostro que linda con la
ventanilla. El tren avanza, la luz roja del sol naciente sube en
intensidad, pero ella sigue concentrada en la lectura de lo que
parecen unas fotocopias del Boletín Oficial del Estado.
Su rostro hermético y
suave a la vez, no muestra ningún sentimiento, ni frío ni calor,
sueño, fastidio, o interés por lo que lee, ni siquiera cuando el
sol pega un brinco, se sitúa en medio de la ventanilla y tiñe su
rostro de color anaranjado, gira la cabeza hacia el paisaje. Leyes,
normas, decretos, cifras, letra oficial, absorben su atención. Está
llegando a destino, deduzco, guarda los folios en el sobre y el
sobre el bolso, junto al pobre libro desdeñado. Supongo que ahora
que el tren va a detenerse mirará, por fin, a través del cristal,
aunque no sea más que para confirmar que ha llegado. No lo hace. Se
levanta y abandona el tren sin haber haber dirigido una sola mirada a
nada ni a nadie. ¿Será la ventanilla un símbolo de poder viajero,
como el cetro lo es para el rey o el escaño para un político? Una
vez alcanzado deja de tener interés el significado del logro. Solo
importa el beneficio propio, el símbolo es solo estatus alcanzado,
lo que marca la frontera entre ellos, y los otros.