lunes, 9 de julio de 2012

Desde la terraza


Primer día. Fumo un cigarrillo en la terraza y cuento tres banderas rojas y amarillas pegadas en el edificio de enfrente, doy un calada al pitillo y me giro hacia las torres de Chamartín, cubiertas por una sucia bruma de la que espero no ser culpable, ya que un tiempo acá que cada vez que enciendo un cigarro me siento responsable de todos los males que en el mundo acontecen.
Varios días después, las banderas han aumentado de forma pasmosa, todos los edificios que alcanza mi vista lucen banderas en sus balcones y terrazas a discreción. Caigo en la cuenta de que la selección española ganó un partido no sé cuándo, y me tranquilizo, no es un ataque de patriotismo radical, no, se debe al deporte nacional, ese del que tanto disfruta el poder que emana del pueblo y para el pueblo, y cuanto más disfruta el pueblo viendo correr a una panda de millonetis por un campo verde, más tranquilo está el poder porque su pueblo disfruta.
Pasan dos o tres días más, es difícil llevar la cuenta cuando tu trabajo es tan monótono y mal pagado que procuras pasar de puntillas por el calendario para no caer en la desesperación. Salgo de nuevo a la terraza y verifico que el patriotismo ha crecido exponencial y desmesuradamente, igual son términos redundantes, pero como soy una obrera sin estudios tengo disculpa, no como otros...
Ahora las banderas, banderolas y banderines de España, comprados en los chinos, además de ondear en las terrazas lo hacen en los coches, en las farolas, en las camisetas, e incluso en los rostros de la gente… que debe haberse vuelto loca. No encuentro otra explicación, ya que cuanto más se entusiasman ellos, más ganan los directivos, los jugadores, las novias de los jugadores, uno que pasaba por allí, el político de turno que pasa unos días relajado más feliz que una perdiz…
Pues bien amigos, mientras el pueblo se entusiasma por sucesos tan pequeños, encuentro en la esquina de una revista de ocio un pequeño comentario que llama mi atención y me produce escalofríos, ya que mientras lo pequeño se magnifica, y se repite, y está en todos los medios y conversaciones, lo grande se hace cada vez más pequeño se abarata, se malvende y se arrincona: En un mercado de Madrid, se ha inaugurado un comercio que vende los libros al peso, más concretamente, a 10€ el kilo ¿Cuánto pesa la novela “el Idiota” de Dostoievski?, por nombrar un clásico,  pongamos que 200 gramos, pues por 2€ lo tienes, cuesta lo mismo que un café con porras. Sí ya se que el café con porras está muy bueno, pero amigos, leer a Dostoievski te hace más inteligente, y encima no engorda.
CONTINUARÁ.

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