jueves, 2 de febrero de 2012

TRABAJO FICCIÓN


El conductor tiene mala cara. No contesta a mi saludo, como hace cada día, y parece distraído. Son las seis treinta de la mañana y solo tres pasajeros bostezan en la parte trasera del autobús, a prudencial distancia unos de otros, como si temieran contagiarse de la plaga de mal humor que asola el país. Me acoplo en el primer asiento y no tardo en quedarme dormida.

Un violento frenazo hace que mi corazón se reubique en la garganta. Miro al conductor y me atrevo a preguntarle, pese a su expresión furibunda, si le ocurre algo. Mueve negativamente la cabeza, pero a los diez minutos, cuando ya estoy a punto de dormirme de nuevo, sale de su boca una catarata de improperios dirigidos a todo lo que se mueve, dice que mañana termina su contrato y no sabe si pasado mañana estará haciendo cola en la oficina del INEM o firmando papeles para la renovación de un nuevo micro-contrato basura de mierda, que son unos cabrones de la misma mierda sin sentimientos ni… interrumpo la verborrea para preguntarle si no tiene derecho a recibir la prestación por desempleo y una carcajada estrepitosa hace vibrar la voluminosa barriga del sujeto, sus ojos desaparecen entre sus mofletes y las pobladas cejas y los nudillos, aferrados al volante, se ponen más blancos que sueca en invierno. Estoy a punto de tener un ataque de ansiedad, es imposible que un ser humano pueda concentrarse en el tráfico con tremenda excitación nerviosa.

Poco a poco deja de temblar, y cuando ya se vislumbran los ojos bajo las cejas contesta a la pregunta. No señora, no tengo derecho a paro, ni a que se me respete como ser humano, ni a nada, me contratan mes a mes, con suerte, y otras en meses alternos, a veces pienso que por diversión, les gusta ver como me descompongo con la tensión, mi casa es una olla de grillos, mi mujer se está quedando en los huesos porque no puede comer y yo me como lo que me toca y lo que ella deja, de pura ansiedad, mire como me estoy poniendo, que antes hacía deporte siempre que tenía tiempo libre y ahora no tengo ganas de ná, más que de morirme…

No se que contestarle y a punto estoy de decirle que mi trabajo tampoco es como para tirar cohetes… pero me callo, menos mal, porque enseguida reparo en que aún siendo mala mi situación laboral la suya es peor, y eso es lo triste, que en estos tiempos es imprudente quejarse, porque quien te escucha puede estar peor que tú, que ya estás jodida.