El conductor tiene mala cara. No contesta a mi saludo, como
hace cada día, y parece distraído. Son las seis treinta de la mañana y solo tres
pasajeros bostezan en la parte trasera del autobús, a prudencial distancia unos
de otros, como si temieran contagiarse de la plaga de mal humor que asola el
país. Me acoplo en el primer asiento y no tardo en quedarme dormida.
Un violento frenazo hace que mi corazón se reubique en la
garganta. Miro al conductor y me atrevo a preguntarle, pese a su expresión
furibunda, si le ocurre algo. Mueve negativamente la cabeza, pero a los diez
minutos, cuando ya estoy a punto de dormirme de nuevo, sale de su boca una
catarata de improperios dirigidos a todo lo que se mueve, dice que mañana
termina su contrato y no sabe si pasado mañana estará haciendo cola en la
oficina del INEM o firmando papeles para la renovación de un nuevo
micro-contrato basura de mierda, que son unos cabrones de la misma mierda sin
sentimientos ni… interrumpo la verborrea para preguntarle si no tiene derecho a
recibir la prestación por desempleo y una carcajada estrepitosa hace vibrar la
voluminosa barriga del sujeto, sus ojos desaparecen entre sus mofletes y las
pobladas cejas y los nudillos, aferrados al volante, se ponen más blancos que
sueca en invierno. Estoy a punto de tener un ataque de ansiedad, es imposible
que un ser humano pueda concentrarse en el tráfico con tremenda excitación
nerviosa.
Poco a poco deja de temblar, y cuando ya se vislumbran los ojos
bajo las cejas contesta a la pregunta. No señora, no tengo derecho a paro, ni a
que se me respete como ser humano, ni a nada, me contratan mes a mes, con
suerte, y otras en meses alternos, a veces pienso que por diversión, les gusta
ver como me descompongo con la tensión, mi casa es una olla de grillos, mi
mujer se está quedando en los huesos porque no puede comer y yo me como lo que
me toca y lo que ella deja, de pura ansiedad, mire como me estoy poniendo, que
antes hacía deporte siempre que tenía tiempo libre y ahora no tengo ganas de
ná, más que de morirme…
No se que contestarle y a punto estoy de decirle que mi trabajo
tampoco es como para tirar cohetes… pero me callo, menos mal, porque enseguida reparo
en que aún siendo mala mi situación laboral la suya es peor, y eso es lo triste,
que en estos tiempos es imprudente quejarse, porque quien te escucha puede
estar peor que tú, que ya estás jodida.